Pescanova ha sido una referencia en el sector pesquero durante muchos años, teniendo la visión de identificar tempranamente a la acuicultura como un área para crecer, ante el estancamiento de las capturas, en un entorno de mercado sano. Durante un largo tiempo disfrutó de todo lo necesario para convertirse en líder mundial de nuestra área de actividad, incluyendo músculo financiero, permisos y licencias, apoyos políticos y administrativos, capacidad de transformación, de adición de valor, y marca de prestigio. Siquiera por el volumen de recursos públicos y privados, regionales, nacionales, europeos e internacionales que se evaporan con el cataclismo Pescanova, todos perdemos con la crisis de esta gran compañía.
Hay en esta empresa muchos y buenos profesionales, con una amplia experiencia y una trayectoria de fidelidad hacia la multinacional, cuyo futuro depende, en gran medida, de las soluciones que se implementen en estos meses. Lo que no hubo, ni hay en la actualidad – y esto resulta más preocupante-, es una estrategia sólida para el futuro, diseñada sobre unas claras premisas técnicas, particularmente en lo que refiere a su actividad en el ámbito de la acuicultura.
Esto es importante porque el cataclismo Pescanova afecta también a la percepción general de la rentabilidad de las explotaciones acuícolas. Todos cometemos errores, y el fracaso de proyectos es un problema frecuente en nuestra área de actividad, en la que persisten incógnitas de índole técnica, que sólo pueden resolverse en base al conocimiento más avanzado, la excelencia profesional y la colaboración leal. La inobservancia de estas premisas en beneficio de la incompetencia, el amiguismo, el ocultismo y la prepotencia en la gestión empresarial, devienen en cócteles explosivos cuyas consecuencias sufrimos en la actualidad. En vez de aprender y construir sobre sus errores, el liderazgo de esta empresa, en contubernio con sus apoyos político-financieros, siempre prefirió ocultar los grandes fracasos de sus planes de cultivo, como el del engorde en jaulas en Aldán, el cultivo de salmón en Chile o la producción de rodaballo en Mira (Portugal).
Es probable que aún no haya sido posible depurar responsabilidades en este caso -no precisamente la especialidad nacional-, aunque sorprende escuchar manifestaciones de apoyo incondicional en boca de algunas autoridades cuya actuación y responsabilidades, a la vista de los resultados cosechados, parecen cuando menos cuestionables. Resulta todavía más inaudito que a día de hoy, con el volumen de intereses implicados, no se hayan planteado aún las grandes directrices de cultivo que faciliten la pronta recuperación de su viabilidad. Qué se va a producir, bajo qué sistemas de producción, con qué objetivos de producción, cómo se van a optimizar los costes operativos del cultivo, cómo van a resolverse las limitantes operativas, qué sinergias pueden aprovecharse, son cuestiones básicas que deberían haberse considerado en cualquier plan de negocio. Por el bien de todos, y en particular por el bien del sector, esperemos que se corrija el rumbo, y se trabaje seriamente sobre planteamientos técnicos rigurosos que deberían marcar el desarrollo futuro de esta gran marca gallega.