Calidad y cantidad de agua dulce y salada, kilómetros de costa y abrigo, infraestructuras modernas, capacidad de añadir valor, buena apreciación del producto local, ayudas europeas, mano de obra cualificada, saber hacer, mercados con fuerte demanda…son tantas las ventajas competitivas para el desarrollo de la acuicultura en Galicia, que resulta increíble que la situación sea tan nefasta como la que es. Ahora que el debate reaparece en los medios con motivo de un nuevo marco legislativo -el vigésimotercero- para la supuesta potenciación del sector, y tras muchos años sin apenas nuevos proyectos, con numerosas instalaciones cerradas, empresas quebradas o en graves dificultades económicas, cabe reflexionar sobre las causas de este gran fracaso colectivo.
La esclavitud es hija de tinieblas, y un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción. Una vez más, resulta patético y sonrojante escuchar los argumentos que esgrimen los opositores a la nueva legislación, particularmente supuestas razones medioambientales como la utilización de piensos o antibióticos. Si el primer interesado en la calidad del agua es el acuicultor, qué decir del estado actual de nuestras rías, que sufren el abuso de operadores industriales, institucionales y agroganaderos ante la inacción de una administración incapaz. Ojalá tuviéramos aquí la calidad medioambiental del país con mayor número de jaulas de salmón del mundo, Noruega. O nos beneficiáramos de la acuicultura multitrófica, como en Canadá, en vez de sufrir las consecuencias del monocultivo de mejillón, que sigue sin resolver ninguna de las limitantes que le impiden consolidarse como la gran industria que debería ser.
Claro que la irresponsabilidad nacida de la ignorancia o de intereses espurios no puede compararse con la de unos medios de comunicación incapaces de interpretar el dramatismo de nuestro contexto económico, social y laboral. Y mucho menos con la de una clase política agotada, sin ideas, proyectos ni capacidad, víctima de su propio clientelismo. Sólo la ausencia de experiencia empresarial alguna puede explicar el delirio de pretender el desarrollo de un sector industrial exclusivamente desde la vía legislativa. Y para colmo con una legislación abstrusa, complicadísima e irracional. Llevamos décadas en busca del marco legislativo ideal que impulse el desarrollo de la actividad, para encontrarnos con un nuevo fiasco de difícil resolución, dado el insoportable grado de politización que contamina las decisiones técnicas en nuestro país. Parece que algunos prefieren emigrar para trabajar en multinacionales, antes que permitir que se establezcan aquí.
Cuando todo se pierda, cuando se acaben las almejas y las nécoras como se acabó nuestra pesca, cuando el mejillón no crezca e importemos el 90% del pescado que consumimos, cuando la toxina y el petróleo y el permisiño finalmente nos devoren, tendremos que explicarles a nuestros hijos, camino del aeropuerto, que tuvimos mil oportunidades para que crecieran y prosperaran aquí, y que nunca las supimos aprovechar.