Las ventajas que ofrece la acuicultura deberían garantizarle un papel protagonista en la reconstrucción de nuestra maltrecha economía, movilizando materia prima local para fortalecer nuestra soberanía alimentaria, y fijando población rural mediante la creación de empleo. En comparación con la producción animal en tierra, tanto la acuicultura marina como continental alcanzan mejores índices de conversión, menor emisión de gases con efecto invernadero, mayor productividad y sostenibilidad, aliviando la presión sobre los recursos naturales para la producción de alimentos más proteicos y saludables aunque respetando la biodiversidad.
Calidad y cantidad de agua dulce y salada, kilómetros de costa abrigada, infraestructuras modernas, producto local bien apreciado en los mercados nacionales e internacionales, saber hacer, capacidad de transformar y añadir valor…son tantas las fortalezas para el desarrollo de la acuicultura en Galicia que no debería de tratarse como un tema menor en un territorio y coyuntura favorables para el sector agroalimentario. Especialmente cuando se considera la terrorífica evolución poblacional en provincias opulentas en recursos hídricos como Lugo y Orense.
Para contextualizar el triste estado del sector en Galicia, huérfano de liderazgo capaz de concretar nuevas iniciativas y proyectos durante lustros, vale la comparación con el líder europeo, poco sospechoso de abuso medioambiental, donde las cosas se han hecho de manera diametralmente opuesta. Noruega cuenta con 5 millones de habitantes y produce 1,4 millones de toneladas de acuicultura, generando 7.000 millones de euros y 9.000 empleos directos. Con la mitad de población, Galicia produce la quinta parte de lo que entrega Noruega, generando el 6% de valor con el doble de empleos directos. Teniendo en cuenta que la tasa de paro gallega triplica a la noruega, queda claro que tenemos un problema de producción, de producto y de productividad.
PPC, EAE, ISA, POL, ESGA, DOT, PDAL…claramente la falta de un marco regulatorio no fue un escollo –si acaso, por exceso-, que ocupó al legislador obsesivamente durante las últimas décadas. Total, para acabar claudicando a las primeras de cambio frente al sector mejillonero, un titán con pies de barro -o mejor dicho de fango, que tapiza generosamente los fondos de nuestras rías-, y que continúa estancado en la resolución de sus principales limitantes, como los cierres por biotoxina, la atomización, la producción de semilla o la adición de valor.
Peregrinos como los de Santiago, los argumentos esgrimidos por ciertas voces procedentes del monocultivo intensivo de mejillón en contra de la piscicultura, como el uso de antibióticos o la industrialización, nunca se contraponen con el impacto medioambiental de las más de 3000 bateas fondeadas en la costa gallega. Irónico como lo de la pesca, que vende un producto “natural” como si en el mar no hubiera vertidos, metales pesados, plásticos, parásitos u otras menudencias como las más de 100.000 toneladas de residuos radioactivos precariamente alojados en la fosa atlántica gallega durante cincuenta años sin monitorización. Desde luego que el epíteto comercial de “salvaje” no permite discusión.
En cualquier caso la prioridad debería ser el aprovechamiento del extraordinario legado técnico y cultural que nos deja la pesca para impulsar nuevas actividades que nos permitan crecer. Guardemos un sentido minuto de silencio por los fantasmas del pasado como el cultivo de rodaballo en jaulas de la ría de Aldán, la oreja de mar en Muros, la trucha de Lousame, el besugo de Lorbé, la semilla de almeja de Punta Quilma y Vicedo, el mero, la cherna o el pulpo, tumba de ingentes fondos públicos y base para la afirmación de que, si de los fracasos se aprende, imagínense lo que sabemos. Eso por no adentrarnos en las escalofriantes cuentas institucionales como las del Instituto Español de Oceanografía, institución centenaria tristemente en vías de extinción, que merecen comentario aparte.
Cuando la estrategia, la competencia técnica y la buena gestión se sacrifican en beneficio del populismo clientelar pasan estas cosas. Y ahora que todos fijan su atención en la jugosa tarta de fondos europeos, conviene recordar de dónde venimos, y el pastizal que nos hemos fundido sin retorno alguno, para que no vuelvan a pasar. Nosotros podemos hacerlo mucho mejor.