Centro Tecnológico del Mar, Instituto de Investigaciones Marinas, Centro Oceanográfico de Vigo, Centro de Investigaciones Marinas, Facultad de Biología, Facultad de Ciencias, Facultad de Ciencias del Mar, Facultad de Veterinaria; Ingeniería de Recursos Naturales y Medio Ambiente, Instituto Tecnológico para el Control del Medio Marino, Instituto Gallego de Formación en Acuicultura, Estación de Ciencias Marinas, Centro de Tecnologías Avanzadas de Investigación para la Industria Marina, Instituto Tecnológico de Galicia, Clúster de Acuicultura, Observatorio de Acuicultura, Laboratorio Provincial de Análisis, Misión Biológica de Galicia, Universidad de Santiago, Universidad de La Coruña, Campus de Lugo, Campus de Orense, Campus de Pontevedra…en las últimas décadas hemos asistido a una auténtica explosión de instituciones relacionadas con la investigación marina, alimentadas directa o indirectamente del maltrecho erario público español. A todo este conglomerado de centros, facultades y organizaciones, viene a sumarse una nueva iniciativa que compromete millonarias inversiones públicas para los próximos años: el Campus do Mar de Vigo – un nuevo referente de excelencia.
No cabe duda de que en la miríada de instituciones gallegas trabajan algunos profesionales de gran valía, que con su esfuerzo y compromiso contribuyen al desarrollo de un sector muy importante para Galicia. Y a pesar de la alergia a la autocrítica y el apego a la autocomplacencia, también resulta evidente que el crecimiento exponencial de los dispendios públicos en el ámbito de la investigación marina ha tenido un retorno paupérrimo para la sociedad que tan generosamente los financia. En el caso de la acuicultura, ninguno de los proyectos de cultivo que periódicamente se publicitan en los medios de comunicación han madurado hasta una fase de relevancia en el mercado. El pulpo, el camarón, el mero, la centolla, el abalón, el salmón, el percebe, la almeja fina, la merluza, el besugo, la cherna o la coquina no están, aunque se les espera pacientemente. Grandes incógnitas susceptibles de comprometer la sostenibilidad de todo el sector permanecen sin resolver desde hace mucho tiempo, luego de millonarios proyectos y onerosas iniciativas: la contaminación de las rías, el aprovechamiento de los descartes, las mareas rojas, el rendimiento del mejillón, la escasez de materia prima local para la conserva, el estancamiento de la piscicultura, el tratamiento de efluentes industriales, el furtivismo o la producción de semilla. La incongruencia de una I+D pública en metástasis continua mientras los sectores empresarial y productivo aparecen cada vez más raquíticos y desmantelados sólo puede calificarse de grotesca.
De manera similar a los desafíos tecnológicos abordados durante la carrera espacial de los años 60 y 70, más de mil años de pesca intensiva confieren a Galicia la responsabilidad histórica de avanzar en el cultivo sostenible de sus mares y cuerpos de agua costeros e interiores. Pero mientras otros han sido capaces de monetizar el cultivo de especies como el salmón, la dorada, la lubina, la tilapia o el langostino, los gallegos seguimos huérfanos de proyectos tractores. En Galicia nunca hemos sabido impulsarlos para cristalizar el capital de talento y conocimiento acumulado en este tiempo, movilizándolo en nuestro beneficio para la generación de la riqueza y el empleo que tanto necesitamos. Escuchando a los promotores del Campus de Excelencia de Vigo, parece que la limitación fundamental ha sido la escasez de centros de investigación.
Luego de una de las peores recesiones de nuestra historia, en algún momento tendremos que aceptar que el sistema de generación de conocimiento español nunca ha abordado las reformas que necesita para equipararse con naciones de porte similar en el concierto científico internacional. La endogamia, el tráfico de influencias, el caciquismo, la politización, el nepotismo, el localismo y la funcionarialización han impedido la instauración de un auténtica meritocracia, esencial para la retribución de la calidad y la penalización de la mediocridad. La ausencia de un sistema justamente competitivo ha forzado el exilio exterior o interior de muchísimos profesionales de gran valía, sumiéndonos desde hace mucho tiempo en una dependencia tecnológica impropia de una nación que se dice desarrollada.
Es sintomático que las inversiones multimillonarias y obras faraónicas tan queridas por los promotores de esta iniciativa tengan lugar en la ciudad más dinámica y emprendedora de Galicia, cuando acusaciones gravísimas de corrupción han merecido la imputación judicial del rector de su universidad. Una institución ya en entredicho luego de casos escandalosos de plagio e irregularidades administrativas de todo tipo, que merecerían el bochorno y el sonrojo general en cualquier país de nuestro entorno, además de la dimisión preventiva e inmediata tanto del rector como de todo su equipo gestor. Pero en Vigo, como en el resto de España y el sur de Europa, ese debate parece que no interesa. Lo que toca es naufragar eternamente en insondables mares de excelencia.