Una nueva estrategia ha demostrado superar la vieja dependencia de la pesca para la obtención de ácidos grasos poliinsaturados, más conocidos como omega 3, y que son imprescindibles en los piensos para peces.
Los aceites de pescado omega 3 – específicamente los ácidos grasos de cadena larga eicosapentaenoico (EPA) y docosahexaenoico (DHA) – son reconocidos por sus beneficios para la salud, importantes en la prevención de enfermedades vasculares y neurodegenerativas. Hasta ahora, el EPA y el DHA sólo podían obtenerse, en condiciones aprovechables para la alimentación humana, a partir de fuentes marinas. Los peces marinos, como los humanos, los acumulan al alimentarse de otros organismos (microalgas, zooplancton, otros peces), o en el caso de los peces de cultivo, a través de la harina de pescado y aceite de pescado que contienen los piensos con los que se alimentan. Por eso la producción de pescado acuícola siempre ha dependido de la pesca para la obtención de esta materia prima esencial.
A pesar de que durante las últimas décadas la acuicultura ha experimentado un fuerte crecimiento globalmente, llegando por primera vez en 2013 a desplazar a la pesca como fuente de pescado para consumo humano, no estaba claro cómo iban a superarse esas limitaciones, en un entorno de estancamiento creciente de las capturas. En 2011, aproximadamente el 85% de todo el aceite de pescado producido mundialmente se utilizó en la acuicultura. Pero nuevos datos publicados recientemente atestiguan la capacidad de una nueva estrategia para producir estos ingredientes en tierra, a partir de cultivos agrícolas, abriéndose grandes posibilidades para el desarrollo sostenible de esta industria para la producción de animales acuáticos.
El trabajo de campo realizado en la estación experimental británica de Rothamsted, con participación española, demuestra la capacidad de la planta Camelina sativa o falso lino para acumular en sus semillas cantidades de omega 3 susceptibles de aprovechamiento industrial. Se trata de una crucífera con gran resistencia al frío y a la sequía, de ciclo corto y bajo coste de producción al necesitar de abono moderado, y que se cultiva en terrenos de barbecho o en rotación con cereal debido al alto (30%) contenido en aceite de sus semillas, si bien este aceite no es del tipo omega 3.
Los científicos de Rothamsted ya habían demostrado que es posible diseñar con éxito plantas de camelina para producir EPA y DHA, mediante la introducción de un conjunto de siete genes basados en las secuencias de ADN que se encuentran en ciertos organismos marinos fotosintéticos. Aunque experimentos anteriores en invernadero ya habían sugerido esta posibilidad, la importancia del trabajo de Rothamsted radica en que demuestra por primera vez la estabilidad de esta característica en condiciones ambientales comparables a las de un cultivo agrícola tradicional, sintetizando las plantas hasta un 15% de EPA y DHA sin ningún efecto negativo sobre el rendimiento ni sobre cultivos adyacentes. El seguimiento de las pruebas de campo no mostró diferencias fenotípicas obvias en el crecimiento, la floración o la configuración de las semillas de plantas modificadas genéticamente, en comparación con las plantas control.
Veremos si estamos a tiempo de corregir ahora los errores del pasado. Lo que parece claro, y a falta de estimaciones concretas de la pérdida de productividad natural de nuestros bancos marisqueros, es que aumentan las voces que denuncian la drástica disminución de la mayoría de las especies de bivalvos tradicionales en nuestras playas y parques, y de no remediarse, ello traerá graves consecuencias sobre la capacidad de generación de riqueza y empleo de un sector que ya se encuentra en una situación suficientemente delicada.